Los museos pueden ser lugares de inspiración

Andrea Zúñiga
3 min readDec 29, 2023

Este texto ganó el primer lugar en el concurso “Los museos pueden ser lugares de inspiración” de Museo MARCO en 2018

Mi reflejo se movía en la superficie del agua que llenaba el piso central del Marco. Me hincaba en el suelo, intentando que mi nariz tocara el agua mientras mi mamá me jalaba de la blusa, evitando que cayera de boca en la imagen fragmentada sobre el mármol.

Era un domingo entre muchos otros, en el que habían accedido a comprar una entrada al museo para acompañar a la niña necia que quería ir a ver los cuadros de figuras e imágenes que para mí no eran más que colores.

Pudo haber sido 2001, 2002 o 2003. Pude haber tenido 4, 5 o 6 pero al final los días y los años son igual de largos para los niños. No sé cuantos pero fueron varios años de mi vida en los que la mayoría de los domingos estaban reservados para comer con mis tíos en el Marco. Domingos en los que los cuadros y la rampa de la entrada eran mi entretenimiento principal.

Caminaba entre las exposiciones que ya había visto varias veces. Las pinturas cambiaban aunque fueran las mismas. A veces eran colores que llamaban mi atención, a veces pasaba de largo a la siguiente sala. No tenía la altura para ver las obras a los ojos, las veía como se ve a un adulto mayor, como se ve a un gigante. Una niña con la nariz hacia arriba intentando entender por qué los adultos se quedaban en trance con las figuras enmarcadas.

Empezar de atrás, caminar de lado, caminar de espaldas. Yo me perdía de niña entre los cuadros de Grandes Maestros Mexicanos, las esculturas de Robert Therrien después en Frida y en Julio Galán.

Creo que era el silencio lo que más me molestaba, como le pasaría a cualquier niño pequeño. Veía a las personas caminar solas, ver los cuadros y retirarse en silencio. Yo sentía la necesidad de hablar, de inventar las historias detrás de los colores colgados, mientras corría de una sola a otra.

Pasaron 14 años y el silencio ya no me molesta. Me acompaña más como un guía que me deja intentar comprender a los cuadros. Cuadros que aunque ya veo a los ojos siguen siendo gigantes.

El agua en el centro del museo me sigue reflejando. Un reflejo que se mueve y que se transforma pero que me regresa el mismo sentimiento de cuando era niña.

La paloma que me ha recibido por tantos años me observa a distancia.

La curiosidad que despertó desde que corría por el buffet de los domingos, que bajaba la rampa cerca de la puerta principal, que admiraba los techos altos al igual que colores rosas y amarillos, me ha seguido hasta la entrada. Me espera el siguiente domingo.

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